Un enfoque diferente para la innovación: desde la teoría hasta su medición

Muchas veces cuando oímos hablar de innovación o leemos algo al respecto suele ser ligado a un ejemplo real, típicamente una empresa emergente, un producto de referencia como el iPhone, o series de datos históricos señalando algún cambio de tendencia.

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Óscar García Seguir

Tiempo de lectura: 6 min

Pero… ¿Qué hay de la innovación como concepto? En estas líneas tratamos de abordarla en un plano más teórico, para conocer la visión de algunos autores que dedicaron buena parte de su vida a estudiarla, y responderemos a algunas preguntas que te resultarán interesantes y nos servirán también para entenderla un poco mejor.

¿Con qué definición me quedo?

Antes de seguir, hay que tener claro que no existe una definición perfecta o completa de innovación. Como con tantas otras cosas, dependerá de las circunstancias, del punto de vista del observador o del contexto del que estemos hablando. Sin embargo, hay un término que se suele relacionar o comparar con la innovación, y que nos puede ayudar a definirla: la I+D. Y no, no estamos hablando de los mismo; I+D e Innovación son dos cosas distintas. Pero metamos en la ecuación dos conceptos adicionales: riqueza y conocimiento. Olvidémonos por ahora de ventajas competitivas, productos o servicios.

Simplificando al máximo, si el I+D es el proceso de transformación de riqueza (recursos económicos, capital humano) en conocimiento… la innovación podríamos decir que es justamente el proceso inverso: tomar un conocimiento y transformarlo en riqueza. En cinco palabras: transformación de conocimiento en riqueza.

Pero una riqueza que aporta algo más que recursos financieros, una riqueza en el sentido de solucionar problemas o mejorar nuestra calidad de vida. Esa es la esencia de toda innovación. Siendo menos minimalistas, podríamos describirla como el proceso que va más allá de la mera invención y se enfoca en la aplicación efectiva de nuevas ideas para generar valor agregado para los clientes y obtener una ventaja competitiva en el mercado.

Una pincelada académica

Joseph Schumpeter, gran economista estudioso de la innovación, dejó para la posteridad numerosas contribuciones. Quizás la más importante fue su teoría de ‘la destrucción creativa’, que eleva la innovación a la categoría de motor del desarrollo económico. Ya solo leyendo el nombre por el que se conocía su teoría, se intuye esa dinámica merced a la cual van desapareciendo productos, servicios, procesos o incluso mercados enteros, por obsoletos, para dejar paso a otros nuevos que mejoran a los anteriores en alguno o en varios sentidos.

El modelo de Paul Romer

Otro destacado economista en este campo es Paul Romer. Su teoría rompe con el modelo tradicional de crecimiento, que básicamente relaciona la producción (de bienes/servicios) con la fuerza de trabajo y el stock de capital.

El modelo de P. Romer introduce la generación de ideas (conocimiento), una variable nueva que unida a las tradicionales (trabajo y capital), explica la producción, pero con rendimientos crecientes fruto de esa combinación trabajo-conocimiento, un matiz importante y opuesto al modelo clásico, que predice rendimientos decrecientes. Le valió el Premio Nobel de Economía en 2018.

Más allá de la escueta definición que vimos al principio, la tesis de que el conocimiento es un input fundamental para la innovación es muy común entre los académicos, especialmente en los más actuales. Es un consenso que pone de relieve una cierta conciencia colectiva -que ha ido in crescendo– de que lo más importante que hay en una empresa, y por extensión en una economía, son las personas que forman parte de ella, las ideas que tienen y aquello que son capaces de hacer con ellas, muy en la línea del planteamiento de Romer.

Podríamos seguir reuniendo más aportaciones académicas, porque hay mucha literatura al respecto. Ahora bien, hay una pregunta fundamental que hacerse. Si la innovación es tan importante en las empresas, ¿qué requisitos tiene que cumplir?

Condiciones para la innovación

Si bien toda innovación proviene en mayor o menor medida de un conocimiento previo, no todo conocimiento puede derivar en innovación. Teoremas aparte, hay tres condicionantes básicos que, generalmente, habilitan el proceso de innovación:

  • Utilidad: ¿De qué le sirve al cliente potencial? El mercado debe percibir valor en términos de eficiencia, calidad, rentabilidad o satisfacción. Sin utilidad no hay innovación.
  • Replicabilidad: La idea o conocimiento se tiene que poder replicar, o ¿podríamos hablar de innovación si solo podemos fabricar una unidad de producto, o vender el servicio una vez? No tiene sentido. Y si así fuera, deberíamos llamarlo de otra forma.
  • Novedad: No es preciso una idea disruptiva. Tan solo pensemos un momento y veremos que no todas las innovaciones han implicado un cambio absolutamente disruptivo, sino una nueva combinación de varias ideas existentes, un uso distinto de un producto que no es nuevo, o unas preferencias reconducidas en el consumidor. En cualquier caso, se da una cierta novedad, sí, pero no necesariamente en el producto o el servicio en sí mismo.

Peter F. Drucker, considerado el padre de la dirección de empresas, matizó que la innovación no se limita solo a crear productos nuevos y revolucionarios, sino también a encontrar nuevas formas de hacer las cosas, mejorar procesos y adaptarse o anticiparse a los cambios del mercado y la sociedad. Estableció la denominada ‘innovación sistemática’ que, en pocas palabras, se trata de un enfoque deliberado y estructurado para identificar y aprovechar las oportunidades para innovar en el contexto empresarial.

Esas oportunidades son como un cajón, tanto mayor cuanto más grande sea el tamaño de la empresa. Si somos dos en el negocio, la innovación es cosa de dos, pero… ¿y si somos 20.000? Hay mucho que aportar, y puede que en los rincones más inesperados de la empresa. Innovar es cosa de todos.

Por último, hay otra pregunta que tiene más sentido al final del día. Como dijo Lord Kelvin, ‹‹Lo que no está definido, no se puede medir. Lo que no se mide, no se puede mejorar. Lo que no se mejora, siempre se degrada››. Así pues, para cerrar el círculo necesitamos ‘ponernos nota’ de alguna forma.

¿Cómo podemos medir la innovación?

La medición de la innovación es fundamental para evaluar su impacto, realimentar con ella la estrategia de la empresa, y contribuir a su sostenibilidad a largo plazo. Hay varios indicadores que podemos utilizar para valorar el desempeño innovador. Veámoslos:

  • Número de nuevas ideas propuestas
  • Porcentaje de ideas seleccionadas para su aplicación/ejecución
  • Número de proyectos sin éxito (para identificar áreas de mejora y aprendizaje)
  • Velocidad de comercialización o Time to Market
  • Ingresos generados por nuevas ideas
  • Porcentaje de ventas de nuevos productos

Conclusiones

Y ya que has llegado hasta aquí, démonos cuenta de que al final ‘innovación’ es el término que se le ha dado a un concepto que implica o abarca mucho más de lo que nos parece a priori. No se trata de un área concreta de una compañía, ni siquiera de una estrategia global o de un paradigma económico-empresarial, sino del telón de fondo que encontramos tras una gran cantidad de avances tecnológicos o cambios de diversa índole que han hecho crecer a la sociedad en su conjunto

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