Geoestrategia digital: una nueva oportunidad para la cooperación transatlántica

Normas comunes es vital para fomentar la interoperabilidad y reforzar las cadenas de valor estratégicas en favor de un ecosistema diverso e innovador.

Pablo Barrionuevo

Pablo Barrionuevo

Tiempo de lectura: 4 min

«El comercio es el enemigo natural de todas las pasiones violentas» 

Alexis de Tocqueville, De la Démocratie en Amérique.

No es exagerado afirmar que uno de los principales factores que nos permitió superar la pandemia fue la tecnología. Nuestras economías y sociedades se volvieron digitales en cuestión de días. Para la industria de las telecomunicaciones, la pandemia supuso un aumento exponencial de la demanda. La conectividad creció en dos dígitos de la noche a la mañana y las redes de telecomunicaciones consiguieron que la actividad económica y social continuaran. El aumento de la demanda de servicios digitales no fue un espejismo. A medida que los cierres se suavizaban y las economías se reanudaban, la demanda de conectividad perduraba. 

Normas comunes para evitar el riesgo de fragmentación digital 

Durante esta situación excepcional, muchas cosas han cambiado, al igual que el contexto geopolítico. Por ejemplo, Europa vio la oportunidad de redefinir su posición a nivel internacional y revitalizar la relación comercial tecnológica transatlántica. La nueva Administración que llegó al poder en Estados Unidos en 2020 seguramente contribuyó a forjar esta visión y la convicción de que la coordinación normativa es primordial. 

En los últimos años, Estados Unidos limitó su política tecnológica transatlántica para presionar a Europa a seguir las iniciativas norteamericanas. Por su parte, Europa ha emprendido numerosas iniciativas reguladoras en ámbitos que van desde los impuestos digitales hasta la regulación del mercado digital. El «efecto Bruselas», la idea de Europa de compartir sus valores y extender su influencia a través de la regulación europea y los acuerdos de libre comercio, se está convirtiendo en un elemento clave de lo que se denomina la soberanía digital europea. 

A pesar de que una regulación bien diseñada puede ayudar a desbloquear los beneficios de la tecnología, una explosión de políticas nacionales está creando tensiones comerciales por el liderazgo tecnológico. La proliferación de normas y reglamentos nacionales no solo está dando lugar a regulaciones duplicadas, conflictivas y engorrosas, sino que también crea una carga adicional para las empresas, poniendo en peligro el funcionamiento de las cadenas de valor mundiales y afectando significativamente al comercio internacional. El desarrollo y la adopción de normas comunes pueden ser un instrumento vital para fomentar la interoperabilidad y abrir las cadenas de valor estratégicas en favor de un ecosistema diverso e innovador. 

El Consejo de Comercio y Tecnología 

En esta línea, el Consejo de Comercio y Tecnología es el foro necesario para debatir estas normas comunes. En su reunión inaugural, la Unión Europea estuvo representada por dos de sus comisarios de peso: Margrethe Vestager, supervisora de la política digital europea y la legislación sobre competencia, y Valdis Dombrovskis, encargado de asuntos económicos y comerciales. Por parte de Estados Unidos, estuvieron presentes la secretaria de Comercio, Gina Raimondo, y la representante de Comercio, Katherine Tai, junto con el secretario de Estado, Antony Blinken. 

El planteamiento parece estar bien definido. Aunque la tecnología es, en esencia, una cuestión de política industrial, su importancia trasciende toda dimensión económica. De hecho, la tecnología se ha convertido en un poderoso factor geopolítico. 

La escasez global de semiconductores, el cribado de las inversiones extranjeras directas, la necesidad de normas comunes para establecer reglas de inteligencia artificial y el riesgo de violaciones de los derechos humanos por el mal uso de la tecnología fueron algunos de los temas candentes que se pusieron sobre la mesa durante la primera reunión del Consejo. El TTC fue concebido inicialmente para reducir las disparidades políticas, armonizar los marcos reguladores y promover la cooperación en los retos tecnológicos. El límite es el respeto a la autonomía normativa de ambas partes, prestando especial atención a las particularidades de sus respectivos sistemas jurídicos y jurisdicciones. Además, el TTC pretende calar en las organizaciones multilaterales, incluida la OMC, y coordinar los esfuerzos internacionales con el fin de promover modelos democráticos y sostenibles de gobernanza digital. 

Orgánicamente, el TTC está estructurado en 10 grupos de trabajo temáticos: normas tecnológicas, clima y tecnología verde, resiliencia de las cadenas de suministro, gobernanza de los datos, seguridad y competencia de las TIC, uso indebido de la tecnología y derechos humanos, control de las exportaciones, control de las inversiones, digitalización de las PYME y retos del comercio mundial. Las autoridades europeas han reconocido que el TTC no está destinado a producir un acuerdo comercial ni ningún tipo de normativa conjunta jurídicamente vinculante. En cambio, los grupos de trabajo se centrarán en ampliar los lazos existentes, facilitar la cooperación y promover la investigación, la inversión y la innovación mutuas. 

El TTC no significa que Estados Unidos vaya a asumir un marco jurídico europeo, sino que puede sentar las bases para establecer unas normas mínimas de fiabilidad y seguridad que las tecnologías emergentes deben respetar a ambos lados del Atlántico. Al mismo tiempo, ambas partes creen que su influencia económica y política colectiva ayudará a convencer a otros países para que reconozcan e incorporen a su normativa nacional reglas centradas en el ser humano y valores comunes. 

Bruselas considera que el TTC es «demasiado grande para caer». Sin duda, es un impulso muy dulce para la relación transatlántica para avanzar en la cooperación internacional y asegurar el buen funcionamiento del sistema multilateral. Para la economía digital, esta es sin duda una oportunidad para colaborar e impulsar la innovación en tecnologías emergentes de acuerdo con normas y valores compartidos, dejando de lado las pasiones violentas. El primer paso se ha dado. Se están sentando las bases. Todos los participantes reconocen que se tendrá que hacer frente a futuros desafíos y que se necesitará resultados rápidos para no caer en la desesperación.  Sin embargo, la fuerte convicción de que el resultado beneficiará a ambas partes hace que el esfuerzo merezca la pena.


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