El debate sobre el modelo de financiamiento de la infraestructura de redes de telecomunicaciones en el ecosistema digital ha adquirido nuevos matices con la propuesta de Anatel de regular a los llamados «grandes usuarios de red». Aunque técnicamente complejo, este debate puede entenderse mejor a la luz de analogías culturales que ayuden a ilustrar las tensiones entre la tradición y la innovación, la permanencia y la adaptación.
Una mirada desde el cine: El Violinista en el Tejado
En este sentido, me encontré reflexionando sobre el tema al volver a ver «El Violinista en el Tejado«, un musical que considero uno de los clásicos eternos del cine. Y cuanto más pensaba en el asunto, más me sorprendían los paralelismos posibles entre las múltiples capas de la obra cinematográfica y las reflexiones propuestas en este artículo.
Al igual que la aldea de Anatevka, retratado en el musical, el ecosistema digital contemporáneo atraviesa un momento de inflexión. Allí, la tradición se ve confrontada con la necesidad de adaptación. Aquí, la convivencia entre plataformas digitales y operadores de telecomunicaciones impone la renegociación de los términos de esa coexistencia.
En el musical, Tevye simboliza esta tensión: aferrado a las tradiciones, es gradualmente instado por sus hijas a aceptar nuevos arreglos. En el ámbito digital, las big techs asumen un papel análogo — defensoras de una determinada interpretación de la neutralidad de red, según la cual se benefician de la infraestructura sin una carga proporcional al uso intensivo que hacen de ella.
Es en este contexto donde surge el debate sobre el llamado fair share — o, en una formulación más adecuada al espíritu de conciliación que se busca, el uso racional y sostenible de las redes.
Las operadoras de telecomunicaciones, como las hijas de Tevye, cuestionan el arreglo vigente y proponen un nuevo pacto. Un pacto basado no en la ruptura, sino en la actualización del modelo: más equilibrio, más previsibilidad, más proporcionalidad.
La idea no es imponer tasas ni trasladar costes, sino crear un espacio regulatorio que permita arreglos contractuales más justos.
La asimetría es evidente. Las big techs concentran valor y operan con altos márgenes, aprovechándose de la red como insumo esencial para su modelo de negocio, sin que haya una contrapartida directa proporcional al impacto que generan.
Más tráfico, más presión y la necesidad de nuevas reglas del juego
El crecimiento exponencial del tráfico de datos — impulsado por videos en altísima definición, aplicaciones de inteligencia artificial generativa y plataformas de almacenamiento en la nube — intensifica esta presión.
Los operadores, por su parte, que sostienen las inversiones en infraestructura de red, son remunerados mayoritariamente por el usuario final, incluso cuando necesitan dimensionar sus redes para soportar el volumen de tráfico impuesto por las aplicaciones de las plataformas.
En este contexto, al proponer el Reglamento de Deberes de Grandes Usuarios, Anatel no pretende arbitrar unilateralmente este nuevo modelo, sino posicionarse como mediadora institucional de una relación que se ha vuelto asimétrica.
Para ello, reconoce su competencia normativa prevista en el art. 17, inciso XXVII, del Decreto n.º 2.338/1997, que le otorga legitimidad para regular el uso de redes por servicios de valor añadido y mediar los términos de esa convivencia. No es casualidad que la Agencia proponga parámetros e incentive negociaciones, en lugar de imponer transferencias directas.
Se trata, en la práctica, de abrir espacio para arreglos más sofisticados — como compromisos de regionalización del tráfico, acuerdos de peering transparentes e incentivos para la instalación de caches y CDNs en localidades estratégicas.
Lo que se propone no es un modelo universal, sino un marco regulatorio que permita soluciones negociadas proporcionales, calibradas y sostenibles. El objetivo es precisamente acomodar el crecimiento continuo de la demanda de datos en una arquitectura de incentivos más eficiente — que beneficie, sobre todo, al usuario final, con redes más robustas y resilientes.
La interdependencia, por cierto, es un rasgo esencial del ecosistema digital: sin contenido, la red pierde valor; sin red, el contenido no llega al usuario. La sostenibilidad de este sistema exige más que principios — exige prácticas. Y las prácticas reguladas — aunque de forma ligera — tienden a inducir soluciones más transparentes y previsibles.
Hacia un marco regulatorio más justo y eficiente
Como en la canción Do You Love Me?, no se trata de negar la relación construida hasta ahora, sino de renegociarla en nuevos términos.
Así como en Matchmaker, Matchmaker, las operadoras salen en busca de un nuevo arreglo — no impuesto, sino elegido. No una dote, sino un entendimiento. Y el regulador asume el papel del shadchan, que ayuda a compatibilizar intereses y vocaciones sin forzar el resultado. En lugar de conflicto, se busca un matrimonio de conveniencia mutua, basado en el equilibrio y la sostenibilidad.
Como se puede percibir en la canción Sunrise, Sunset, en la que vemos el paso del tiempo y la serenidad de las transformaciones inevitables. Lo mismo sucede en el mundo digital. Lo que está en juego no es la ruptura, sino la transición hacia un modelo más equilibrado. El violinista puede seguir en el tejado — siempre que se reconozca que el viento ha cambiado. Y que, para mantener el equilibrio, habrá que ajustar el baile.