Search Menu

Aprender por curiosidad. Curiosidad por aprender

¿Sabes cuando no eres experto en nada, pero casi todo te parece interesante? ¿Cuándo surgen preguntas a las que no tienes respuesta, pero inicias una búsqueda, casi enfermiza, por encontrarlas? Eso es la curiosidad

Noemí Santiago Gómez

Esa maravillosa curiosidad que nos hace incómoda nuestra rutina. Que nos hace ilusionarnos. Sí, has leído bien. Nos ilusiona, aunque sea por un par de minutos, al encontrar respuesta a algún interés, por muy simple que sea.

Suscríbete al blog de Telefónica y entérate antes que nadie.





Si es que, dejando a un lado la filosofía, el ser humano necesita saber para entender. Descubrir. Investigar. Conocer… para creer, crecer, avanzar.

La curiosidad y nuestro cerebro: un match biológico

En términos de neurociencia la curiosidad es uno de los impulsos biológicos básicos en animales y en humanos y, se ha llegado a identificar como punto fundamental para aprender y descubrir.  Podemos definir la curiosidad como la motivación intrínseca de buscar respuestas para conocer y rellenar esos huecos por falta de información. Por tanto, esa falta de conocimiento y esa necesidad de cubrir ese hueco de conocimiento causa un sentimiento negativo de carencia entre los conocimientos reales que tenemos y a los que deberíamos aspirar.

La teoría sobre la curiosidad humana, de Berlyne diferencia entre dos tipos de curiosidades: La curiosidad perceptual. La que nos hace indagar el entorno. Y la curiosidad epistémica, que es aquella que ayuda a satisfacer nuestra necesidad de responder preguntas al enfrentarnos a novedades o contradicciones.

Toc, toc: Soy tu curiosidad

La curiosidad es esa inquietud que aparece sin previo aviso. No siempre buscamos la curiosidad, muchas veces, nos encuentra ella a nosotros. Sea en forma de duda, pregunta, contradicción… encontrada en una imagen, una afirmación, un debate iniciado en tu entorno… de repente nos crea la necesidad de investigar, buscar información, indagar…

Esa hambre de saber que nace casi sin percatarnos – el impulso de entender aunque no exista un propósito inmediato- tiene un gran valor, sólo por el mero hecho de surgir del deseo natural de comprender. Cuando esa curiosidad se convierte en parte inherente de nuestra vida, es difícil medir los beneficios que reporta. No, no es sólo conocimiento: es bienestar, crecimiento, motivación. Ya lo plantearon Deci y Ryan en su teoría de la autodeterminación: cuando el interés nace desde dentro, desde lo que realmente nos mueve, la experiencia se vuelve mucho más enriquecedora.

Del Libro Gordo de Petete a San Google y/u otras formas de explorar

Ayer, la forma de satisfacer nuestra curiosidad era básicamente consultando, libros, diccionarios, biografía, estudios, documentales… Hoy, la tecnología es nuestra gran aliada. Desde plataformas educativas, espacios interactivos, comunicades de aprendizajes, redes sociales (cuestionando veracidad, claro está), nos pueden ofrecer una respuesta inmediata. Y, yendo más allá, no sólo responden a nuestra consulta, sino que nos proporcionan más información que hacen que nuestro viaje, tenga nuevas rutas. Sugerencias, ampliación de temas de interés, nuevos campos relacionados, nos abren nuevas puertas que ni pensábamos abrir. Son como una telaraña que vamos elaborando según los pasos que damos y dirección que tomamos.

Dime qué edad tienes, y te diré cómo de curioso eres

Y es que, si hablamos de edades, hay una gran diferencia entre la necesidad y el papel de la curiosidad.

De niños, aprendemos por curiosidad. Nos preguntamos constantemente el porqué de las cosas, ¿y, por qué esto?, ¿y, por qué lo otro? Es una necesidad inmediata de satisfacer nuestra falta de conocimiento con conocimiento.

En la adolescencia, nos enfocamos a entender el mundo, nuestro entorno y, si es posible, a nosotros mismos, para crear nuestra identidad y detectar y comprender nuestras emociones.

En la adultez, es curiosidad puede verse reprimida por la rutina, la comodidad, la falta de tiempo… pero si nace, es desde el mero interés propio.

Según el estudio de Kashdan y Steger (2007) nos afirma que la curiosidad prolongada en el tiempo determina mejoras emocionales y nuestra capacidad de adaptación. Y, en un mundo tan volátil, incierto, complejo y ambiguo, seguir haciéndonos preguntas, es necesario para no ser parte del ganado.

Ni la curiosidad mató al gato. Ni todos los gatos son pardos

Hay muchas personas que, con sólo nacerle la duda, ya están dispuestos a mover cielo y tierra para obtener el premio de la respuesta y otras que necesitan de otros estímulos para enredarse en la apasionada búsqueda de estas. Nuestra manera de ser, nuestra educación, nuestro entorno e incluso nuestra cultura influye directamente en como actuamos ante lo desconocido.

La curiosidad no es un don. Es una habilidad que podemos ir trabajando simplemente con hacernos preguntas, pararnos a profundizar en aquello que nos llame la atención y no aparcarlo como una incógnita más de nuestra existencia. Cada día es más fácil encontrar respuestas, sólo debemos aprender en hacer las preguntas correctas y dejarnos llevar por el cauce del río llamado aprendizaje. 

La consciencia de nuestra curiosidad. Un nuevo paradigma

Cuando somos conscientes de lo que nos interesa, independientemente de la forma en que nos venga esa curiosidad, ya estamos avanzando en el maravilloso camino del aprendizaje. Esa ínfima chispa, ilusión, puede dar pie a grandes conversaciones, a tomar grandes decisiones, a querer compartir esa idea. La curiosidad es también, conectar con otros.

Fijaos como puede llegar a interferir: En nuestro hábitat personal, nos hace crecer. En lo profesional, puede hacernos aportar más, más productivos y resolutivos. A más conocimiento, mayor aporte de conocimientos, mayor número de ideas y mayor solución a posibles problemas. En nuestro entorno social, nos abre todo un abanico de comportamientos, desde saber escuchar, comparar y analizar contradicciones o incongruencias hasta volvernos más empáticos, al hacer un amplio de miras. 

Compartir y generar curiosidad en el otro

No existe mayor inspiración para otros que cuando tu mensaje y actitud desprenden seguridad y convencimiento.  Y cuando compartes tus inquietudes con entusiasmo, puedes inspirar. Si del tema que te interesa, realizas preguntas que inviten a la reflexión y compartes información con argumentación, el asombro y el nacimiento del interés en el otro, está casi garantizado.

Compartir está a la orden del día, pero la clave no está en tener un doctorado en cada tema, sino en mantener esa chispa de querer seguir alimentando ese conocimiento, ya sea por uno mismo, o compartiendo la inquietud.

Quien vive con curiosidad, nunca deja de asombrarse

La curiosidad no es sólo aprendizaje, es un estilo de vida. Es pararse a mirar con atención, preguntar desde la honestidad, aceptar tu ignorancia recorriendo caminos que tal vez otros desconocen, escuchar y explorar, con o sin miedo sin exigencias por no comprender todo ipso facto.

Mantenernos en un estado de aprendizaje continuo por curiosidad, nos abrirá puertas que ni creíamos poder llamar. Porque de eso se trata el aprender: de crecer.

Y, la próxima vez que algo te cree curiosidad, por ínfima que sea, no la obvies. Párate. Investiga. Pregunta. Indaga. Puede que no obtengas una exorbitante respuesta. O puede que sí. Lo que es seguro, es que desde ese momento que decides seguir tu curiosidad, estarás creciendo.

Compártelo en tus redes sociales


Medios de comunicación

Contacta con nuestro departamento de comunicación o solicita material adicional.

Exit mobile version