Regulación e innovación: proteger lo humano en la era digital

Fundación Telefónica, junto con Red.es, inauguró este año un nuevo ciclo de encuentros del Observatorio de Derechos Digitales con una pregunta que nos apela directamente como sociedad: ¿Puede la ley seguir el ritmo de la tecnología? Regular o innovar, con Victoria Camps, Paloma Llaneza y Nacho Vigalondo en el Espacio Fundación Telefónica

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Beatriz Flores Seguir

Tiempo de lectura: 3 min

La tecnología avanza como una supernova: ilumina industrias, revoluciona la ciencia, transforma el arte y, por supuesto, cambia nuestro día a día. Pero ese brillo también genera sombras. A medida que todo se acelera, necesitamos una regulación que no ahogue la innovación, pero que sí ponga límites claros frente a sus riesgos.

Durante el encuentro, tres voces con enfoque muy distintos —Victoria Camps, Paloma Llaneza y Nacho Vigalondo— abordaron este dilema. Y aunque a menudo se plantea como una tensión entre “regular o innovar”, el coloquio dejó claro que no se trata de elegir uno u otro: una regulación bien diseñada puede ser el motor de una innovación con propósito.

El dilema que no es tal

Paloma Llaneza fue directa: “el sistema legal actual se ha quedado corto”. Seguimos legislando como si el mundo fuera analógico, mientras las grandes plataformas operan a escala global, esquivando jurisdicciones. Victoria Camps añadió una capa ética fundamental: sin cultura cívica ni responsabilidad institucional, las leyes solas no bastan.

Como profesional del sector digital, me preocupa que sigamos hablando de regulación e innovación como si fueran enemigos. No lo son. La innovación real necesita reglas claras para crecer con sentido y proteger lo que nos hace humanos.

¿Es neutral la tecnología?

Victoria Camps desmontó uno de los grandes mitos: “La tecnología no es neutral. Como el fuego de Prometeo, puede iluminar o destruir.” Todo depende de quién la use y con qué intención. Llaneza, desde el ámbito legal, apuntó que muchas normas simplemente no se pueden aplicar. “La abuela está muerta”, dijo con crudeza, subrayando la urgencia de crear mecanismos nuevos. Y Nacho Vigalondo, desde la mirada artística, fue tajante: “La IA no crea, repite. No hay dolor, ni amor, ni experiencia. Solo patrones y eso, en el arte, es insuficiente.”

¿Elegimos realmente?

Victoria Camps lanzó una pregunta inquietante: creemos que decidimos cómo usar la tecnología, pero muchas veces el marco viene impuesto por diseño institucional o empresarial.

Llaneza lo explicó con un ejemplo claro: la mayoría de los datos que generamos no provienen de decisiones conscientes, sino de configuraciones por defecto. Y eso nos deja prácticamente sin control real sobre nuestra privacidad. Nacho Vigalondo, con tono provocador, añadió: la promesa de la IA es eficiencia, no creatividad. ¿Qué espacio queda para quienes quieren crear algo auténtico cuando todo parece ya replicado?

Creatividad en tiempos de algoritmos

La intervención de Nacho Vigalondo fue un potente recordatorio de lo que está en juego cuando hablamos de innovación. La IA puede combinar patrones, sí, pero no puede crear desde la experiencia, el dolor o el amor. “La forma en la que metabolizamos nuestras influencias y nuestra vida es un misterio y un legado irrepetible que la IA no puede producir.”

La homogeneización creativa amenaza a una generación de jóvenes artistas que podrían desanimarse al creer que ya todo está hecho. Y en este punto toca reflexionar sobre qué lugar estamos reservando a la autenticidad, a la expresión genuina, en un entorno donde lo eficiente parece pesar más que lo humano.

Europa, ética y futuro

Europa intenta equilibrar competitividad y derechos con iniciativas como la Carta de Derechos Digitales. Pero sin aplicación efectiva, todo queda en el papel. Llaneza advirtió que regular mal puede ser peor que no regular, pero no hacerlo abre la puerta a la arbitrariedad y erosiona derechos. Victoria Camps lo resumió con claridad: “La democracia necesita confianza. Y la confianza se construye con responsabilidad, transparencia y propósito.”

Y ahora, ¿qué?

Salí de ese coloquio con una certeza: el futuro digital no se define solo en laboratorios de innovación, sino en los espacios donde decidimos qué derechos protegemos y qué valores defendemos.

La regulación no debe ser vista como un freno, sino como una brújula. Y esa brújula debe apuntar siempre hacia lo humano.

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