Pausas digitales y sociales: la importancia de saber parar

Vivimos en la era de la interconexión… y, paradójicamente, esa parece ser una de las causas de que a la vez sea la era de la soledad… Pero no todas las soledades son iguales, y hay un tipo de soledad que hay que buscar: la que sirve para parar. Para parar y pensar, o, simplemente, para dedicar un rato a no hacer nada productivo.

David Giner

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Tiempo de lectura: 7 min

El ser humano occidental tiende a ver el uso del tiempo únicamente como una fuente de rendimientos, y observa las interacciones sociales con esa misma mirada economicista: no se valoran per se, sino sólo como una fuente de relaciones y utilidades presentes o futuras. Hay que estar siempre ocupados, no se puede estar parado.

Ocupados, bien, pero ¿ocupados en qué? Pensémoslo un poco: dejando de lado el tiempo de atención de nuestras obligaciones laborales y familiares, ¿en qué estamos ocupados? Imagino que en parte de tu respuesta aparece esto: ocupados en atender los compromisos digitales que nos hemos creado con la presencia en redes, que, seamos sinceros, la mayor parte de las veces son totalmente inútiles. O surge esto: ocupados en conversaciones sociales que en realidad no queremos tener pero que se han vuelto obligatorias (estar al día de esos interminables chats en grupos de WhatsApp, por ejemplo).

Los humanos necesitamos la sensación de conexión con los demás, pero si hacemos un poco de introspección nos daremos cuenta de que muchas de las interacciones que mantenemos no son verdaderamente deseadas y además consumen un tiempo que no tenemos, lo que retroalimenta la sensación negativa, porque genera la angustia de estar perdiéndolo. Hay que hacerse conscientes de esto, y, siéndolo, hay que parar.

Un exceso de interconexión puede causar problemas. En entregas anteriores en este blog ya hablábamos del uso de la tecnología y de sus límites, por ejemplo, en el caso de los menores y los móviles. Si lo tomamos como ejemplo de la conveniencia de tomar pequeñas píldoras de parada, el ejemplo del móvil es claro: un teléfono ejerce una fuerza gravitatoria que hace que una mínima consulta se convierta a menudo en un largo periodo de tiempo perdido, vagando digitalmente sin el menor aprovechamiento. En este caso, buscar una pausa digital ayudaría a hacerse consciente del modo en el que usamos el móvil: si no vas a usarlo de forma activa escribiendo o publicando y solo vas a usarlo de forma pasiva mirando lo que hacen los demás, quizá es el momento de apartarlo un rato. Y cuando quieras usarlo para distraerte o divertirte, hazlo de forma consciente y poniendo límites de tiempo. Esta idea va tomando entidad: remedando el Sober January, se ha puesto en marcha el Phone Free February, que pretende ayudar a autodiagnosticar si se tiene un problema con el uso del móvil. Entre sus recomendaciones, sugiere intentar anular el automatismo de desbloquear el móvil para mirarlo, reservando un rato cada día a estar sin él (teniéndolo en función no molestar o simplemente dejándolo lejos).

La importancia de saber parar

Hay que parar de vez en cuando, salirse de ese carril y regalarse diez minutos de pausa. Estar solo. No comunicarse. No hacer nada y pensar. O no pensar.

Carissa Véliz escribía que para ser autónomo hay que tener espacio para tomar decisiones propias, y que cierta soledad, lejos de la observación de los demás, ayuda a descubrir qué es lo que de verdad uno quiere, además de que aumenta el grado de independencia y confianza en uno mismo.

Así, pasar tiempo a solas permite reflexionar sobre pensamientos y emociones, y puede ser un gran impulso para la creatividad: se piensa diferente cuando no se tiene una tarea inmediata que realizar; funciona a modo de válvula de escape. Y, para el que no pueda evitar la mirada economicista, buenas noticias: estar solo también estimula la productividad: sin distracciones, uno se concentra mejor y suele rendir más.

La clave para obtener esas recompensas positivas es elegir pasar tiempo a solas. En una cultura en la que a menudo confundimos estar a solas con la soledad, la habilidad de valorar el tiempo que pasamos con nosotros mismos evitará que procesemos la experiencia como algo negativo. Y probablemente comenzaremos a valorarlo como algo positivo, y si nos acostumbramos, echaremos de menos no poder hacerlo: en inglés existe un término para describir el mal cuerpo o malestar que algunos sienten cuando, atrapados entre obligaciones (algunas necesarias, otras perfectamente prescindibles), no tienen tiempo de estar solo: aloneliness, le llaman. [Nota: el inglés también distingue entre en la soledad deseada –solitude– y la no deseada –loneliness-].

Hay diversos estudios de psicología (por todos, Robert Coplan Seeking more solitude) que investigan sobre el malestar que muchas personas sienten porque no pueden tener esos momentos de soledad.

Byung-Chul Han, filosofo omnipresente, publicó hace unos años uno de sus librillos en el que elogiaba la vida contemplativa y llamaba a abandonar el estilo de vida hiperactivo y permanentemente ocupado (dado que solo percibimos la vida en términos de rendimiento, tendemos a entender la inactividad como un déficit o una negación). Byung-Chul Han clamaba contra la pérdida de la capacidad de no hacer nada y abogaba por una vida que incluya momentos contemplativos, o de inactividad, o de otra actividad.

La pausa de la que hablamos puede ser precisamente no hacer nada. Como ejemplo extremo, en Corea del Sur triunfa desde hace diez años un concurso en la televisión en el que el objetivo es precisamente no hacer nada y relajarse. El concurso premia a quién menores pulsaciones consigan y mayor apariencia de tranquilidad transmita (who’s best at doing absolutely nothing | CNN)

Sin llegar a esos extremos, integrar en el día a día algunas mínimas pausas puede ser también una formación para el futuro: aprender voluntariamente a estar solo puede ayudar a manejar mejor el estar solo cuando eso no se elija, cuando sea una soledad no deseada. Así, puede ser una preparación para la tercera edad, que es cuando estadísticamente es más probable que eso se dé. No hay que insistir en que la soledad se ha convertido en un problema cada vez más grande. Abundan las encuestas que hablan de mayorías -en todas las capas de edad- que dicen sentirse cada vez más solas. Y es un problema muy visible: como ejemplo de su relevancia, en febrero de 2021 el gobierno de Japón nombró a un Ministro para la Soledad

Las paradojas de la soledad

Con la soledad se dan muchas paradojas:  muchas personas tienen miedo a estar solas (en el extremo, son célebres los estudios -Virginia, Harvard- en los que un 25% de mujeres y un 66% de hombres participantes eligieron una leve descarga eléctrica antes que pasar tiempo a solas con sus pensamientos), pero, al mismo tiempo, la mayoría de las actividades que las personas definen como las más apacibles (leer, pasear por la naturaleza, oír música, darse un baño) son cosas que se hacen a solas –ver el Test del Reposo-). En todo caso, si la idea de pasar tiempo a solas sin hacer una tarea mecánica resulta muy estresante o inquietante, esa es una señal clara de que quizá se necesita apoyo profesional.

Uno puede entrenarse para estar solo. Las pausas breves son un inicio, y también lo son elegir una afición, o cualquier actividad que, sin serlo, proporcione el mismo espacio separado del resto del mundo: madrugar para correr o pasear un perro, tocar un instrumento, aprender un idioma, leer, caminar, el antiguo mirar las nubes o el simple no hacer nada… (el tiempo a solas tiene que ser realmente por y para uno mismo, no para ponerse al día con la limpieza de la casa o hacer ese recado aplazado o completar la declaración del IRPF).

En algunas consultas de psicología clínica se pregunta a los pacientes si tienen hobbies y se identifica el no tenerlos como un indicador de que no se dedica suficiente tiempo a uno mismo y se está solo pendiente de las obligaciones laborales o familiares. Así, una aficiónsuele ser síntoma de buena salud mental -y lo es también saber ponerle límites al tiempo que se le dedica, porque con los hobbies con frecuencia se pierde la noción del tiempo-. Ojo: también los hobbies tienen sus peligros: para que lo sean, deben llevarse a cabo sin intención económica ni de reconocimiento, por el mero placer de hacerlo, aunque lo hagamos mal o fatal, sin necesidad de que tengan un retorno tangible. Monetizar los hobbies será una manera más de presionarse, de darle un sentido económico al uso del tiempo y volver a dónde iniciamos esta entrada en el blog. Si pretendes tener ingresos o reconocimiento con tu afición es que no es un hobby.

Resumiendo: paremos de vez en cuando. Una breve pausa. Despejémonos un poco, y usemos eso como entrenamiento. O, al menos, vayamos pensando en que quizá deberíamos hacerlo… ¿Le dedicas a esto los próximos seis o siete minutos?

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