Mujeres Nobel: cinco lecciones para la vida y el trabajo

El repaso por los prestigiosos Premios Nobel concedidos a mujeres deja un amargo sabor a vacío, incomprensión y caducas convenciones sociales que las dejaban fuera de la ciencia, el trabajo y de su desarrollo intelectual y personal.

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Sólo con fijarnos en los premios de ciencias el panorama es desolador: en Física, 216 galardonados y sólo 4 mujeres; en Química, 186 premiados, 7 mujeres; y en Medicina, 222 laureados, de los que tan sólo 12 eran mujeres.

Pero los Nobel nos dejan también historias de mujeres con mayúscula que no se rindieron y que abrieron caminos que ahora nos parecen fáciles, pero que en su momento fueron intransitables o plagados de dificultades.

De la lectura de sus biografías hay cinco enseñanzas que quedan claras:

  1. No hay que rendirse cuando se tiene una meta, sobre todo si ella implica hacer de éste un mundo mejor
  2. Los obstáculos que pueden aparecer en el camino no dependen de nosotros, pero sí sortearlos y no dejar que nos paralicen
  3. Siempre hay personas que tratarán de hacernos desistir de nuestro objetivo, pero también otras tantas dispuestas a ayudarnos
  4. En ocasiones lleva tiempo -mucho- conseguir un fin, pero eso no es excusa para abandonar
  5. La ciencia y la investigación enganchan y hacen inmensamente felices a quienes trabajan en estas disciplinas

Las cinco premios Nobel cuya vida ahora se repasan son un ejemplo de todas estas enseñanzas.

Rita Levi Turín, 1909-2012, elogio de la imperfección

De origen judío, a Rita Levi la concesión, en 1986, del Premio Nobel de Medicina y todo lo que él conlleva, le causó una gran depresión, acostumbrada como estaba a la soledad de su laboratorio, en el que permaneció trabajando hasta su muerte, a los 103 años de edad.

El Nobel fue el reconocimiento a sus investigaciones pero también a una vida entregada a la ciencia, yendo en la dirección opuesta a la que le marcaba su padre (casarse y tener hijos) y salvando todos los obstáculos que se presentaban.

Montó un laboratorio en su dormitorio donde investigar las células nerviosas de embriones de pollo cuando, en 1936, Mussolini prohibió a los judios practicar cualquier carrera, académica o profesional. A finales de 1942 los bombardeos sistemáticos dificultaban la vida en Turín, ciudad donde residía Rita, pero ella no se separaba de su microscopio.

Invitada por Viktor Hamburger, en 1947, se trasladó a la Washington University de Saint Louis, en Misuri, donde combinó su actividad como profesora de neurología con las investigaciones científicas iniciadas en Turín. Cinco años más tarde viaja a Brasil, con el fin de culminar sus estudios sobre cultivos in vitro en el Instituto de Biofísica de la Universidad de Río de Janeiro.

Allí fue donde sus investigaciones le condujeron, en 1952, a identificar el factor de crecimiento de las células nerviosas, un hallazgo que le fue reconocido, en 1986, con el Nobel de Medicina.

Sus investigaciones continuaron con nuevos avances y en 1969 se estableció definitivamente en Italia, donde pasó a dirigir el Instituto de Biología Celular del Consejo Nacional de Investigaciones en Roma.

Nombrada senadora vitalicia en 2001, Levy-Montalcini dedicó gran parte de su actividad a acciones sociales. Dedicada especialmente a la juventud y a la educación de las mujeres, montó una fundación junto a su hermana gemela Paola, para prestar ayuda a la alfabetización de las niñas de los países africanos.

La niña extremadamente tímida e insegura que fue -cuenta en su biografía que de pequeña le tenía un miedo atroz a los monstruos y a la oscuridad- pasó a ser, con el curso de los años, una extraordinaria mujer ejemplo de valentía y coraje.

“Posees la facultad que proviene de tus extraordinarias habilidades cognitivas, de ejercer el derecho a elegir, entre los muchos caminos que se abren ante ti, aquel que consideres más adecuado a tus aspiraciones”, apelaba a los jóvenes en uno de sus libros.

Gerty Cori (1896-1957). La primera mujer Nobel en Medicina

A Gerty Cori, el Nobel en Medicina, en 1947, le valió para que por fin, se le concediera una cátedra en la misma universidad en la que trabajaba su marido tras treinta años en una situación provisional aceptando puestos muy por debajo de su cualificación. “Amar el trabajo y dedicarse a él totalmente son, a mi modo de ver, los pilares de la felicidad”, afirmaba Gerty.

A pesar de la enfermedad que se le diagnosticó justo antes de recoger el Nobel y que le provocaba una anemia que requería repetidas transfusiones y la agotaba, se negó a abandonar su laboratorio y siguió investigando hasta el final, con importantes contribuciones científicas.

En la oración fúnebre de Gerty Cori, su amigo, el Nobel español Severo Ochoa, la definió como “una persona de gran profundidad espiritual, modesta, indulgente, generosa y cariñosa en grado sumo, y una enamorada de la naturaleza y el arte”.

Un rasgo más de su carácter y personalidad que no citó Ochoa era su tesón y tenacidad. Lo demostró al entrar en la Universidad de Praga para estudiar medicina. La escasa preparación en ciencias y otras materias que las niñas recibían en la escuela le obligó a recuperar en tan solo dos años, cinco de matemáticas, física y química y ocho de latín.

Y lo volvió a demostrar, ya casada con el científico Carl Cori, cuando no consiguió un puesto para investigar, junto a su marido, en la Universidad de Washington, a pesar de su experiencia y múltiples publicaciones.

Gery no se rindió, aceptó un puesto de investigadora asociada, y continuó con su objetivo hasta obtener, diez años después, un puesto como profesora titular.

En 1929 consiguió reconstruir, junto a su marido, el ciclo completo de la síntesis del azúcar en los músculos y el hígado. Sus trabajos sirvieron para el tratamiento de la diabetes y permitieron un mejor uso de la insulina.

El descubrimiento de la glucosa- 1-fostato (hoy conocido como “éster de Cori”) tuvo lugar tras años de intenso trabajo, en 1936. Ese mismo año Cori dio a luz a su hijo, lo que no frenó su carrera investigadora. Cuentan que cuando nació el bebé sólo dejó el laboratorio para el parto y regresó a él tan sólo tres días después.

Las formulaciones de la teoría sobre el metabolismo de los hidratos de carbono y la determinación del papel que desempeñan las enzimas fueron decisivas para que en 1947 ambos fueran galardonados con el Nobel.

Gerty se convertía así en la tercera mujer en recibir un Premio Nobel y en la primera en ser reconocida en la especialidad de Fisiología o Medicina.

Maria Goeppert-Mayer (1906-1972). “No te contentes con convertirte solo en una mujer”

“No te contentes con convertirte solo en una mujer”, decía el padre de María Goeppert-Mayer a su hija. Y así fue.

En 1963, sesenta años después de Marie Curie, sería la segunda mujer en recibir el Premio Nobel de Física. Tan solo otras dos mujeres, Donna Strickland y Andrea Ghez, han sido designadas por la academia sueca para el Nobel de Física en sus 120 años de historia.

María tuvo que desarrollar durante años sus investigaciones sin recibir sueldo alguno, aunque contó con la colaboración de su marido, el investigador Joseph Edward Mayer, y de sus compañeras.

Admitida finalmente como profesora de un instituto universitario, fue después de la guerra cuando Maria Goeppert logró una cátedra en la Universidad de Chicago. Allí, en el Instituto de Estudios Nucleares, inició sus investigaciones en el terreno de la física del núcleo del átomo. Ella es la descubridora de los “números mágicos”, que tienen un gran significado para la comprensión de la estructura nuclear. Esta investigación, en la que propuso el modelo de “cáscara” del núcleo atómico, que describió como una estructura similar a la nube electrónica que cubre el átomo, le llevó a recibir, un 5 de noviembre a las cuatro de la mañana de 1963, una llamada de Suecia en la que se le comunicaba la concesión del Nobel por su descubrimiento sobre la estructura en capas del núcleo atómico.

Al igual que Gerty Cori, una enfermedad marcó los últimos años de su vida, pero, como ella, siguió enseñando y continuó con sus investigaciones.

“Si te gusta la ciencia, lo que realmente quieres es continuar trabajando; el Premio Nobel te proporciona una emoción fuerte, pero no cambia nada”, afirmó tras obtener el galardón.

Gertrude Belle Elion (1918-1999). Fármacos que salvan vidas

Como les sucedió a las anteriores investigadoras, a Gertrude Belle Elion las barreras impuestas para que las mujeres no pudiesen ocupar puestos en centros de investigación le llevaron a buscar caminos para canalizar sus inquietudes profesionales.

La muerte de su abuelo y, años después de su novio, marcaron profundamente su vida, centrada desde entonces en la búsqueda de descubrimientos científicos y medicamentos para la curación de enfermedades.

Tras titularse con una tesis sobre bioquímica en el Hunter College de Nueva York y dado que esta institución no le dejaba trabajar como investigadora, entró como ayudante de laboratorio en un hospital, colaboró con una empresa y dio clases de física y química en varios colegios de la ciudad. Hasta que en 1944 empezó su andadura en los laboratorios de una compañía farmacéutica.

Tenía 36 años y por primera vez en su vida tenía un trabajo que la estimulaba intelectualmente.

Consiguió, junto con el químico orgánico George Hitchings, desarrollar múltiples fármacos para la cura de enfermedades como la malaria, la gota, la leucemia o las infecciones urinarias.

El aciclovir, compuesto utilizado contra los virus del grupo del herpes, fue uno de sus descubrimientos, así como la azidotimidina, el primer medicamento

Barbara McClintock (1902-1992), el alma indómita de la genética que quería ser libre

Nacida en Connecticut, su interés por la ciencia y la investigación se topó con el escepticismo de su madre, quien consideraba que era más importante casarse y tener hijos. Su padre fue su apoyó y quien le permitió estudiar en la Facultad de Agricultura de Cornell, donde el acceso a las clases de genética estaban vetadas a las mujeres, un obstáculo que logró superar matriculándose en la especialidad de botánica y eligiendo genética como optativa.

En Estados Unidos, en los años veinte, obtener un empleo de profesor era mucho más fácil que conseguir un puesto en la investigación. La industria, el Gobierno y la mayoría de las universidades se negaban a contratar a mujeres.

Por ello, McClintock aceptó tras concluir sus estudios con una tesis sobre botánica una plaza como profesora en la Universidad de Ithaca.

En los años siguientes publicó nueve artículos científicos con los que demostró que los genes se encuentran realmente en los cromosomas y abrió las puertas a la genética celular.

Sus resultados le valieron un cierto reconocimiento, pero durante muchos años tuvo que recurrir a becas de estudio ofrecidas por instituciones de prestigio para sobrevivir y seguir investigando, realizando sus experimentos en condiciones precarias y con un sueldo insuficiente.

Los planteamientos de Barbara McClintock cuestionaban las teorías de la genética clásica, según los cuáles los genes eran las unidades inmutables de la herencia. Frente a esta idea, defendió que el código genético de cada organismo era un elemento dinámico reaccionaba ante los estímulos del ambiente circundante.

Tuvieron que pasar 32 años desde que se produjo para que su revolucionario descubrimiento de la genética celular fuera premiado con el Nobel y recibiera la aceptación por parte del mundo científico.

Bibliografía consultada:

“Elogio de la Imperfección”, Rita Levi-Montalcini. Ed. Booket Ciencia.

“Las Pioneras: las mujeres que cambiaron la sociedad y la ciencia desde la antigüedad hasta nuestros días”. Rita Levi-Montalcini. Ed. Crítica.

“El papel de las mujeres en la ciencia y la tecnología”, Francisca Puertas. Ed. Santillana.

“Tu futuro: Consejos de una premio Nobel a los jóvenes”, Rita Levi-Montalcini. Ed. Plataforma Editorial. Colección Testimonio.

“17 Mujeres: premio Nobel de Ciencia”. Helene Merle. Ed. Plataforma Editorial.

Biografías y discursos de los premios Nobel.


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