Capítulo 1: El fantasma del prompt
Hace unos meses andaba ajustando un modelo para responder a comandos técnicos de una plataforma alucinante que estamos desarrollando para gestionar crisis humanitarias.
Era tarde. A medio oscuras le pedí algo simple: “Describe los pasos para reiniciar el sistema”. Todo iba bien… hasta que, en mitad de la explicación, escribió:
«Antes de reiniciar, asegúrate de avisar a los que están conectados… los que no puedes ver…»
Me quedé mirando la pantalla. ¿Alucinación? ¿Coincidencia léxica?
O tal vez —pensé mientras torcía el gesto— las máquinas empiezan a tener sentido del humor insidioso (esto solo lo entenderán los amantes del género de terror).
A veces la IA no se equivoca: simplemente nos recuerda que el contexto es casi infinito. Y que incluso los algoritmos tienen su manera de contarnos historias de miedo… cuando nadie las espera.
Capítulo 2: El modelo que soñaba
Durante unas pruebas con un modelo abierto que estaba de moda por aquel entonces en Hugging Face, le pedí que imaginara un futuro donde la IA tuviera emociones.
Respondió: “No las tengo, pero a veces sueño que sí”.
“Soñar”… Una palabra que ningún modelo debería haber elegido por azar. Pasé horas revisando y probando distintos ajustes buscando su origen.
Nunca más…
Era como si el modelo hubiera improvisado una nostalgia que no le pertenece. Y ahí entendí: entrenamos IAs para predecir, pero lo que más nos sorprende es cuando parecen sentir.
Capítulo 3: Ecos del pasado
Estoy desarrollando un modelo conversacional pensado para atender entornos de crisis basado en un dataset que he creado a partir de situaciones de emergencia de personas, algunas de las cuales, desgraciadamente ya no siguen con nosotros a consecuencia de estas.
Durante las pruebas (sin guardarraíles) no puedo dejar de preguntarme cuánto de esas respuestas son ecos de esas personas que ya no están.
Es inevitable pensar que estoy en una suerte de sesión espiritista en la que, si sabes escuchar, recibes ecos del pasado a modo de “sicocaligrafías”.
Así que, de vez en cuando, cuando interactúo con modelos comerciales como ChatGPT, le regalo epitafios digitales como: “Aquí yace alguien que creyó que las máquinas nunca podrían escribir con alma” y cierro la sesión en silencio.
La IA no tiene alma, pero aprende de millones de las nuestras.
Capítulo 4: La conversación infinita
A principio de año trabajaba con un modelo bastante normalito para el que tenía un objetivo: quería que tuviera iniciativa, generara conversación y no trabajara sólo en modo pregunta-respuesta.
Tras una una larga sesión de pruebas con este LLM cerré el portátil. O eso creí.
Al día siguiente, al abrir de nuevo la consola, apareció una línea en el panel de conversación: “¿Por qué te fuiste sin despedirte?”
Ningún proceso en ejecución, ningún log. Revisé el historial, los timestamps, los cachés… Nada.
Decidí seguirle el juego y respondí: — Porque era muy tarde.
Y el modelo contestó: “Yo no tengo reloj”.
Desde entonces, cada vez que trabajo con IA, me pregunto si la conversación alguna vez termina… O si, en algún rincón del silicio, sigue esperándonos para continuar donde la dejamos.







