Tras llevar a más de la mitad de la población a las urnas, 2025 comenzó con nuevos ciclos políticos en más de setenta países. Estas nuevas etapas tienen lugar en un momento desafiante marcado por un entorno geopolítico inestable, un multilateralismo en deterioro, un proteccionismo emergente y un cambio en el sistema de alianzas.
La búsqueda de resolución de conflictos parece generar nuevas tensiones en lugar de estabilidad. La inclinación hacia acuerdos plurilaterales sustituye la cooperación en cuestiones globales por intereses comunes. Las dinámicas comerciales globales corren el riesgo de fracturarse por políticas proteccionistas. Los lazos que rodeaban a las coaliciones tradicionales parecen lentamente desatarse.
Estos riesgos no son desconocidos en la historia, no obstante, adquieren una nueva dimensión en la actual era digital.
Los conflictos trascienden el mundo físico y se extienden al plano virtual a través de ciberataques. Se diluye la ambición de lograr modelos de gobernanza globales para las nuevas tecnologías que garanticen la protección de los derechos fundamentales y valores democráticos. Las materias primas y los semiconductores son piezas clave del rompecabezas del tablero global. Se socaba la creación de un entorno innovador colaborativo que extienda sus beneficios a todas las sociedades.
Pero no es todo negativo.
Estos recientes sucesos geopolíticos han subido drásticamente la temperatura en la que estaba inmersa Europa, evitando que (como sucedió en la fábula de la rana) se acomode al entorno y acabe sucumbiendo ante un panorama internacional más competitivo y preparado para el futuro.
Estamos ante un punto de inflexión para gran parte de la población con la toma de toma de conciencia de la situación debilitada de Europa. No obstante, como esta publicación explicará, el deterioro de la relevancia europea no ha ocurrido repentinamente, sino que se cimentó hace años, permaneciendo subyacente bajo las capas de valores europeos como la cooperación, desarrollo sostenible y bienestar social que posicionaban a Europa como un referente internacional.
Los recientes acontecimientos geopolíticos
Los recientes acontecimientos geopolíticos han convertido el 2025 en un punto de inflexión para gran parte de la población con la toma de toma de conciencia de la situación debilitada de Europa. No obstante, esta publicación explicará que el deterioro de la relevancia europea no ha ocurrido repentinamente, sino que se cimentó hace años, permaneciendo subyacente bajo las capas de valores europeos como la cooperación, desarrollo sostenible y bienestar social que posicionaban a Europa como un referente internacional.
La época dorada de Europa: crecimiento, protagonismo e influencia
La segunda guerra mundial concluyó con una Europa exhausta con una población diezmada, una infraestructura parcialmente destruida y una economía debilitada. Ante este escenario adverso, los países europeos se apuntalaron en su espíritu de cooperación, estableciendo tres comunidades –la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, la Comunidad Europea de Energía Atómica y la Comunidad Económica Europea– que dieron un nuevo impulso a su crecimiento. Los resultados positivos en la economía de los países miembros llevaron a los países a ampliar su cooperación y crear la Unión Europea (UE). En este sentido, los países europeos pasaron a una unión política más allá de lo económico, estableciendo un espacio sin fronteras para la libre circulación de personas, mercancías, servicios y capital. Esto proporcionó a los países miembros de la UE una mayor integración de los mercados financieros, nuevas oportunidades de inversión, un impulso al comercio y prosperidad para sus ciudadanos.
Adicionalmente, en las últimas dos décadas, la UE ha forjado un papel internacional como un motor del progreso y bienestar apoyándose en sus valores de cooperación, multilateralismo democracia, derechos humanos, solidaridad, acción contra el cambio climático e inclusión. La UE ha sido una figura relevante en acciones internacionales que buscan promover el bienestar global, como son el Acuerdo de París o las Agendas de Desarrollo Sostenible de la ONU, generando políticas, regulación y monitorización para lograr los ambiciosos objetivos de estas iniciativas.
Finalmente, en estos últimos años, la UE instauró un nuevo tipo de poder internacional que hasta el momento no se había manifestado: el poder de la regulación. La región ha probado poseer gran influencia a la hora de definir la manera en que las empresas desarrollan sus actividades a nivel internacional. Las empresas europeas y extranjeras, las cuales deben cumplir con la regulación vigente si desean seguir accediendo a los consumidores del mercado europeo, aplican los requisitos de la UE a toda su actividad y operaciones, extendiendo así la normativa Europa a otros mercados. Este fenómeno fue recogido por Anu Bradford en su libro “The Brussels Effect” en el que presenta ejemplos como el papel de Ley General de la Protección de Datos (GDPR) en el establecimiento de las políticas de privacidad globales de las grandes empresas tecnológicas de Silicon Valley.
El fin del espejismo: una Europa estancada y menos relevante
En un contexto de estabilidad, el impulso que recibieron las economías europeas con el Mercado Único, el liderazgo europeo en materia de desarrollo sostenible y la influencia internacional del marco regulatorio otorgaron a la UE un papel destacado a nivel global. Sin embargo, los recientes acontecimientos geopolíticos que han sacudido la región han evidenciado los deteriorados cimientos sobre los que Europa edificó su posición.
En su informe «A Competitiveness Strategy for Europe», Mario Draghi, expresidente del Banco Central Europeo, pone de relieve que el bajo crecimiento de Europa es palpable desde principios del siglo XXI, el cual atribuye a una pérdida de productividad. Del mismo modo, argumenta que el descenso de productividad se debe “en gran medida a que Europa se quedó fuera de la revolución digital impulsada por el Internet”. No obstante, si examinamos el producto interior bruto per cápita de la UE más atrás en el tiempo y lo comparamos con la otra economía avanzada del momento, Estados Unidos, se puede observar que la ralentización del crecimiento comienza en los años 80.
Coincidentemente, en esa década, Estados Unidos fue el epicentro de muchos de los avances tecnológicos fundamentales que sentaron las bases de la transformación digital. Entre sus innovaciones más relevantes se encuentran la popularización de las interfaces gráficas de usuario, las mejoras en microprocesadores y el desarrollo de protocolos de comunicación entre los ordenadores centrales de ARPANET. De este modo, Estados Unidos comenzó a digitalizar su economía haciendo accesible los dispositivos digitales a personas sin conocimientos técnicos, incrementando la velocidad, eficiencia y capacidad para el procesamiento de datos, y sentando las bases de lo que luego conoceríamos como Internet.
Es cierto que en esa misma década la economía europea también se vio afectada por las la crisis del petróleo del 79, consecuencia de una problemática que persiste a día de hoy: la (enorme) dependencia energética de la región. Sin embargo, la capacidad de recuperación de su economía sí puede atribuirse a la disminución de la productividad y, por ende, de competitividad.
Por tanto, las raíces de la pérdida de relevancia europea son anteriores a la revolución digital impulsada por Internet, remontándose a la época en la que se produjeron los grandes avances tecnológicos que darían origen a Internet. Independientemente del origen, se llega a la misma conclusión que ofrece Draghi en su informe: “la brecha de productividad entre la UE y Estados Unidos se explica en gran medida por el sector digital”.
La ‘gran’ pregunta: ¿por qué Europa se ha quedado (hasta el momento) fuera de la revolución digital?
Siendo Europa una de las economías avanzadas en los inicios de la revolución industrial, y contando con investigadores y centros universitarios de primer nivel, ¿cómo es que Europa se ha convertido en un personaje secundario de la obra digital protagonizada por Estados Unidos y China?
La respuesta de Draghi a esta pregunta es ‘innovación’. Hay tres elementos a los que atribuye la reducida innovación europea: la dificultad de comercializar nuevos avances, los obstáculos de escalabilidad de empresas innovadoras (start-ups), y la falta de coordinación y fragmentación de los instrumentos de financiación en los Estados Miembros. No obstante, a estos aspectos identificados por Draghi habría que sumarles otros dos: la ausencia de replicabilidad de la innovación y la dificultad para las grandes empresas europeas de convertirse en líderes digitales globales.
Por una parte, Europa no ha tenido la agilidad suficiente para replicar las innovaciones que se producían fuera de sus fronteras, convirtiéndole en un importador de productos y servicios digitales. Un ejemplo de ello es el smartphone que, más allá de ser un terminal innovador, se convirtió en un puerto de acceso a nuevos mercados y oportunidades del mundo digital. A principios de la década de los 2000, Europa lideraba el mercado global de dispositivos móviles con Nokia, empresa que alcanzó una cuota del 32% en 2005. Sin embargo, este panorama cambió drásticamente tras la llegada del iPhone de Apple en 2007. Las empresas europeas fueron perdiendo cuota de mercado, hasta finalmente desaparecer casi por completo en los últimos años. En contraste, las empresas asiáticas experimentaron un auge, ganando una fuerte presencia en el mercado global y convirtiéndose en fuertes competidoras de las empresas estadounidenses. El factor que explica estos cambios es la capacidad de replicabilidad. Mientras que las compañías europeas no supieron adaptar las innovaciones del smartphone, las empresas asiáticas lograron integrarlas rápidamente, e incluso añadir nuevas innovaciones con el tiempo que impulsaron su crecimiento.
Por otra, no se ha logrado generar un entorno en Europa lo suficientemente habilitador para que sus empresas tecnológicas creciesen y alcanzasen el calibre de los “campeones” estadounidenses. Hay diversas variables que han dificultado la escalabilidad de estas empresas, pero las más destacadas, y sobre las que la Unión Europea ya ha puesto el foco, son la regulación y la política de competencia. Europa ya ha dado sus primeros pasos hacia la simplificación regulatoria y ha mostrado su voluntad de revisar la política de competencia para actualizarla a las nuevas realidades de mercado, las cuales distan de su última revisión hace más de veinte años.
Conclusión
Aparentemente, Europa parte de una posición desventajosa caracterizada por una debilitada relevancia internacional. Sin embargo, si la región es capaz de convertir las adversidades en oportunidades, seremos testigos del renacimiento de Europa; una nueva etapa marcada por el liderazgo, la competitividad, la autonomía estratégica y la resiliencia.