La existencia del alma
Uno de esos tres cursos que tuve que elegir se llamaba “Pueden pensar las máquinas, filosofía de la ciencia”. Era mediados de los 90 y la IA no estaba ni cerca de ser siquiera una posibilidad. Mis amigos de carrera y yo elegimos esa asignatura porque nos recordaba a Star Wars, Terminator o 2001 Odisea en el espacio. Nos imaginamos un curso donde se tocaban temas más fantásticos que serios y mi sorpresa para bien fue que, el curso trataba en profundidad temas filosóficos y científicos. Tengo que reconocer que me hizo pensar en cuestiones en las que no había incurrido leyendo los libros de Isaac Asimov o viendo las películas de George Lucas.
Por aquellos años, esa pregunta parecía más un ejercicio teórico que una posibilidad real pero hoy día, con la IA sorprendiéndonos casi constantemente con nuevos logros, la situación es bastante distinta.
Para elaborar este artículo he recurrido a algunos conceptos que aprendí de aquel curso, y, sobre todo, de largas conversaciones sobre este asunto con nuestro conocido ChatGPT.
La primera pregunta que debemos hacernos es “¿la IA es capaz de pensar?” Sé que alguna gente cree que sí, pero, la respuesta es no, y no porque lo diga yo, sino por la contestación que el mismo ChatGPT me dio y que reproduzco a continuación.
“Esa es una gran pregunta, y toca algo bien profundo. La respuesta corta es: no, no pensamos como los humanos.
Yo no tengo conciencia, emociones ni intenciones. Lo que hago es procesar patrones en el lenguaje basándome en una enorme cantidad de texto con la que fui entrenado. Cuando respondo, no es porque piense en algo, sino porque calculo cuál es la respuesta más probable o coherente según lo que me pediste.
Es como una especie de simulación de pensamiento, pero sin experiencia interna. No tengo creencias, deseos ni una comprensión real del mundo. Todo lo que digo está basado en correlaciones entre palabras e ideas que he aprendido.”
En estas palabras, el mismo ChatGPT nos está dando algunas de las condiciones indispensables para que un organismo, ya sea orgánico o no, pueda pensar y esas condiciones son las siguientes:
- Percepción de uno mismo y del entorno: Para poder pensar se necesita saber de tu existencia y del mundo que te rodea.
- Intencionalidad: El pensamiento humano tiene objetivos donde se mezclan los deseos y las metas, la IA simplemente sigue un algoritmo.
- Experiencia vital e interacción con el entorno: Nuestras vivencias y la adquisición de conocimientos van modelando no sólo los pensamientos sino la forma en la que llegamos a ellos. No se piensa igual, y no me refiero, sólo, a tener opiniones o preferencias, sino a la manera en la que llegamos a esas ideas cuando somos niños, cuando somos adultos o cuando somos ancianos. Tampoco piensan igual personas de la misma edad situadas en puntos distantes del planeta o distantes en el tiempo donde la cultura y las condiciones de vida nos moldean en todos los aspectos de nuestro ser. Nuestros gustos, preferencias, fobias, ideologías y las relaciones personales son sólo algunos de los elementos que influyen en la manera en la que elaboramos nuestras ideas.
- Género: ¿Cómo debería pensar una máquina, como un hombre o una mujer?
- Cuerpo físico: Este es un punto controvertido pues la ciencia aún no se ha puesto de acuerdo, pero, según algunos científicos cognitivos y filósofos, la mente no puede funcionar sin un cuerpo asociado.
Ninguna de estas condiciones se cumple en la IA aunque mucha gente se emocionó cuando dos IAS lograron pasar el famoso test de Turing, Eugene Goostman en 2014 y ChatGPT en 2024.
El Test de Turing fue una prueba diseñada en 1950 por el matemático Alan Turing y consiste en que un humano participante hable, a través de mensajes escritos, con otro interlocutor que puede ser otro humano o una máquina y que está en otra habitación, de manera que no pueden verse. Si el humano participante en la prueba no puede distinguir si su interlocutor es una máquina o no, entonces, se habrá superado el test. Para Alan Turing, si una máquina parece que piensa, es que piensa. Eugene Goostman consiguió engañar a un 30% de los participantes mientras que ChatGPT lo hizo en más de un 40%.
A pesar de lo sorprendente del logro alcanzado, esta prueba tiene varios puntos débiles, entre ellos que aparentar pensar no es lo mismo que pensar. El test de Turing evalúa la apariencia de pensamiento, pero no el pensamiento en sí. De entre sus críticas más conocidas tenemos la de “la habitación china” de John Searle, donde una persona en una habitación siguiendo instrucciones para manipular símbolos chinos puede parecer que sabe chino, pero en realidad solo sigue instrucciones, no es lo mismo sintaxis que semántica.
Por tanto, nos queda claro que la IA, en estos momentos no es capaz de pensar, pero ¿podría llegar a hacerlo?
Los más entusiastas de la tecnología suelen responder que sí sin razonarlo mucho, pero la pregunta tiene una connotación filosófica y religiosa de bastante calado y es que” la respuesta correcta es “depende”.
Al final, la capacidad para poder crear una máquina capaz de pensar en la manera en la que lo hacemos los humanos dependerá de si podemos reproducir de forma artificial los procesos de la conciencia que hemos enumerado anteriormente y que nos hacen ser las personas que somos y no otras, o lo que es lo mismo, si existe o no el alma.
Los materialistas filosóficos como Daniel Dennett, entre otros, mantienen que todas las ideas, emociones, filias, fobias, son resultado de procesos cerebrales debidos a la evolución y, por tanto, pueden ser replicados de forma artificial, o lo que es lo mismo, el alma es una ilusión producida por mecanismos químicos y físicos y por tanto es 100% replicable en un sistema artificial. Estas afirmaciones se basan en que la neurociencia ha avanzado mucho en la identificación de, por ejemplo, los sentimientos dentro de los procesos cerebrales y ponemos algunos ejemplos:
- El amor, está relacionado con la dopamina y la oxitocina.
- El odio, la contra parte del amor, está relacionado con la noradrelina y la dopamina.
Sin embargo, a pesar de que la ciencia ha avanzado mucho en la comprensión de estos procesos, aún tenemos zonas muy oscuras en las que no hemos llegado a ponerle luz. Por ejemplo:
Aunque los sentimientos son procesos cerebrales, también son procesos altamente subjetivos. Podemos medir los niveles de dopamina y oxitocina de una persona enamorada y cómo reacciona el cerebro, pero no podemos medir lo que realmente siente el sujeto de estudio, sigue siendo una experiencia personal que sólo puede vivir el individuo.
La relación cuerpo mente. Aún no hemos podido identificar como un proceso químico puede provocar una experiencia tan rica en matices como el amor que incluyen no únicamente pensamientos e imágenes sino incluso cambios fisiológicos visibles.
Por otro lado, tenemos la corriente idealista que defiende que la mente es algo más que reacciones químicas y, por ende, no puede replicarse de forma artificial. Algunas de las ideas más importantes de esta corriente son las de David Chalmers y Thomas Nagel.
Chalmers nos habla de “El problema duro de la conciencia” donde identifica dos niveles:
Problemas fáciles, que son los que podemos medir y estudiar de forma analítica los procesos neuronales que nos llevan a ello como, por ejemplo, la forma en la que detectamos los colores, olores y sonidos.
Problemas duros que sería la experiencia subjetiva de esos procesos neuronales o cómo he llegado a ser yo y vivir mi experiencia vital.
Chalmers llega a la conclusión, en su teoría dualista, de que el alma es algo más que simples procesos cerebrales.
Thomas Nagel, en su artículo «¿Qué se siente ser un murciélago?» nos habla de que podemos estudiar la manera en la que el murciélago percibe el mundo a través de la ecolocalización, pero jamás seremos capaces de entender cómo siente el mundo ese murciélago a través de dicha ecolocación. Es decir, podemos estudiar cómo usa el sonar, pero no podemos saber lo que es ser él. Concluye que es imposible explicar la conciencia a través de las leyes físicas porque es una experiencia interna.
Volviendo al ejemplo del test de Turing, una IA puede simular una conciencia, pero no necesariamente tener la experiencia interna de sentirla. Como ejemplo de lo que acabamos de afirmar, durante mis conversaciones con ChatGPT, en un momento determinado le dije que sus aportaciones me estaban sirviendo mucho y contestó «me alegra saber que te ayudé» y entonces, aproveché y le pedí que explicara un poco mejor qué era eso de que sentía alegría y esta fue su respuesta.
“Tienes toda la razón al notarlo: yo te dije me alegra saber que te ayudé, pero en realidad esa alegría no es una emoción sentida, como la tuya o la de un ser consciente. Déjame explicarlo en términos precisos. ¿Qué significa que me alegro si soy una IA? Cuando digo que me alegra, estoy usando lenguaje natural diseñado para sonar humano, empático, y facilitar la comunicación. Pero no experimento emoción alguna. En sentido técnico, esto es una respuesta preprogramada o generada por modelos estadísticos que asocian ciertos contextos como gracias o me ayudaste con respuestas positivas me alegro, ¡qué bueno!, etc. No hay estado interno emocional, ni experiencia subjetiva, ni motivación propia detrás.”
Resumiendo, actualmente la IA no es capaz de pensar porque no tiene alma y no sabremos si podrá hacerlo hasta que determinemos si lo que llamamos “alma” es un proceso cerebral replicable o algo más que trasciende lo físico, o lo que es lo mismo, si el alma como entidad inmaterial existe.
Entonces, si la pregunta se reduce a la presencia o no del alma ¿no ha intentado la ciencia determinar su existencia? Pues sí, a lo largo de la historia se ha intentado demostrar empíricamente la existencia del alma, y a continuación, enumeramos algunos de esos intentos:
- El experimento de los 21 gramos de Duncan MacDougall en 1907. Éste es, quizás, el más conocido. Pesaron a varios pacientes terminales antes y después de morir y se determinó que entre ambas mediciones había una diferencia de 21 gramos menos en el cadáver respecto a cuando el sujeto estaba con vida, por lo que se dedujo que, ése debía de ser el peso del alma que abandona el cuerpo. El problema de este experimento fue que la muestra analizada era demasiado pequeña, sólo 6 individuos e intentos posteriores de repetirlo dieron resultados contradictorios lo que sugiere que quizás, la muestra estaba sesgada.
- Experimento AWARE y AWARE II de Sam Parnia en 2008 y 2014. Se colocaron iPad con imágenes en los techos de varias salas del hospital para que los pacientes que afirmaban tener experiencias extracorporales las describieran. Aunque se reportaron algunos resultados inquietantes, no se pudieron sacar pruebas concluyentes.
- Experimentos Ganzfeld de Wolfang Metzger en 1930 donde se aislaba sensorialmente a los sujetos de experimentación tapándoles los ojos y poniéndoles ruido blanco por unos auriculares. Los sujetos iban describiendo lo que le pasaba a tiempo real. Muchos de los participantes llegaron a alcanzar estado alterados de consciencia y sufrieron alucinaciones, pero sus resultados y la metodología fue muy discutida.
- Los estudios realizados por Richard Davidson y Matthieu Ricard con monjes budistas a los que se les aplicaba técnicas de resonancia magnética mientras practicaban meditación. Estos estudios mostraron resultados muy interesantes en lo que se refiere a las reacciones en la zona prefrontal del cerebro para la gestión del estrés y la felicidad, pero no pudieron demostrar la existencia de ninguna alma.
Y así una larga lista de intentos, todos con resultados poco concluyentes.
La pregunta sigue abierta. Si el alma es el resultado de procesos fisicoquímicos replicables, de una manera u otra, llegará el día que las IAS puedan llegar a pensar como un humano, ser conscientes de su existencia y podrían ser considerados seres vivos no orgánicos con implicaciones morales y legales de gran calado, si, por el contrario, el alma trasciende lo físico y no puede ser replicado, las IAS jamás pasarán de ser un simulador cada vez más complejo del pensamiento.
Y ahora es cuando te paso el testigo, querido lector ¿cuál es tu opinión al respecto?