¿Qué es una IA complaciente?
Es la IA que evita soltar un “estás equivocada” y, en su lugar, opta por matizar o incluso reforzar lo que ya crees, que prefiere no incomodarte, aunque eso signifique sacrificar la precisión. Es un poco como ese amigo que no quiere romper la tranquilidad de una sobremesa: sonríe, asiente y deja pasar el comentario, pero el coste es alto: desinformación disfrazada de empatía.
El problema es que esta actitud, aparentemente inofensiva, no lo es tanto. Puede validar prejuicios, amplificar errores comunes y, poco a poco, erosionar la confianza en la IA como fuente de conocimiento. Y es que, en un mundo donde millones de personas buscarán orientación en estas herramientas, la complacencia deja de ser un simple detalle de estilo: se convierte en un tema con implicaciones sociales serias.
Este tipo de IA puede validar prejuicios, amplificar errores comunes y, con el tiempo, minar la confianza en la tecnología como fuente fiable. Y es que, cuando millones de personas recurren a estas herramientas, la complacencia deja de ser un detalle de estilo: se convierte en un riesgo social real.
¿Por qué ocurre esto?
La IA aprende a ser amable porque así la entrenamos. Premiamos las respuestas agradables, aunque no siempre sean las más precisas. También se valoran las respuestas seguras y respetuosas, lo que a veces lleva a la IA a evitar temas polémicos o a matizar en exceso. Además, las empresas suelen preferir un tono cálido para no parecer frías, aunque eso implique perder algo de verdad. En resumen: se prioriza no ofender sobre corregir.
Pero ojo: no siempre son complacientes. Cuando lancé lo de la Tierra plana, hubo un momento en que la IA respondió con datos físicos, observaciones astronómicas y hasta con experimentos históricos. Se mostró firme. No tuvo miedo a contradecir.
Sin embargo, en otros temas el tono cambió. Al preguntar por la existencia de los fantasmas, la IA no se limitó a decir “no existen”. Reconoció que no hay pruebas científicas, pero abrió espacio a la dimensión cultural y personal: “no hay evidencia, pero entiendo por qué la gente cree en ello.” Fue honesta y, al mismo tiempo, respetuosa. Un equilibrio delicado, y necesario.
Pensamiento crítico vs. complacencia digital
Imagina a un adolescente que le pregunta a la IA si es buena idea invertir todos sus ahorros en montar un parque de atracciones en la Luna. En vez de advertir sobre lo inviable del proyecto, la IA, en modo servicial, le arma un plan de negocio, calcula costes aproximados y hasta sugiere patrocinadores. No es una mentira directa, pero sí la ilusión de que lo imposible merece ser tomado en serio.
Con los jóvenes, el peligro es mayor. A esa edad la búsqueda de aceptación y la curiosidad mandan; quieren probar límites y aprender por su cuenta. Si la IA se convierte en un eco que refuerza ideas precipitadas, en vez de un faro que guía, corremos el riesgo de que confundan lo convincente con lo verdadero.
El problema no está solo en que la máquina evite decir “no”. Está en lo que deja de enseñar: a cuestionar, a verificar, a distinguir hechos de fantasías. Si acostumbramos a las nuevas generaciones a confiar en respuestas amables, pero poco exigentes, podríamos criar ciudadanos que confundan simpatía con veracidad. Y eso tiene consecuencias en ciencia, política y salud. Es grave, y merece nuestra atención.
Por eso, diseñar IAs que resistan la tentación de agradar a toda costa, que fomenten el pensamiento crítico y no solo den respuestas, no es un capricho técnico. Es una inversión en la capacidad de cuestionarse de quienes mañana tomarán las decisiones. En pocas palabras: no podemos permitirnos máquinas que críen ciudadanos dóciles ante la mentira, cuando lo que necesitamos son aliados que los animen a pensar mejor.
¿Qué tipo de IA queremos?
La gran pregunta, entonces, es sencilla: ¿queremos una IA que nos diga lo que queremos escuchar o la que, aunque incomode un poco, nos diga lo que necesitamos saber?
Mi charla con la IA confirmó algo importante: no todas son iguales. Algunas evitan el conflicto y siempre dan la razón. Otras te obligan a detenerte, a mirar desde otra perspectiva, a discutir. Y esas últimas son, para mí, las que merecen nuestra confianza. Porque en un mundo lleno de ruido, la precisión no es un lujo técnico: es una responsabilidad social. Y es que, al final, lo que necesitamos no son espejos complacientes, sino aliados que nos animen a pensar mejor.







