La era de la IA de compañía

Hace unos días le enseñé a mi madre cómo podía pedirle ayuda a la inteligencia artificial para resolver un sudoku. Ella, que es más de crucigramas y sopas de letras, no entendía muy bien cómo funcionaba este pasatiempo. Se lo habían mandado en la rehabilitación para mantener la mente activa, pero no sabía por dónde empezar.

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Beatriz Flores Seguir

Tiempo de lectura: 4 min

Mi experiencia

Al principio, miraba el móvil con cierta desconfianza, como si no terminara de fiarse del proceso. Pero cuando vio cómo la IA analizaba el tablero y le explicaba paso a paso qué hacer, corrigiéndola con paciencia… se quedó asombrada. No tanto como para ponerse a charlar con ella, pero sí lo suficiente como para decirme entre risas: “¡Qué cosas estas máquinas!”

Cuando terminó, como suele hacer, la IA le ofreció su ayuda para otras cosas: juegos mentales, adivinanzas, recetas nuevas, recordatorios… Incluso para charlar un rato sobre jardinería o viajes. Mi madre, sorprendida, dijo: “Madre mía, esta IA hace de todo. Ya hablaré con ella otro día, que hoy ya estoy la mar de acompañada.”

El término “IA de compañía”

Esa escena me dio que pensar. Su generación está empezando a asomarse, con curiosidad (y algo de recelo), a una nueva forma de compañía. No humana, sino digital. Una que escucha, responde y, a su modo, acompaña. Estamos entrando en lo que podríamos llamar la era de la IA de compañía.

Ese concepto describe bastante bien el momento actual: la Inteligencia Artificial ha dejado de ser solo una herramienta útil para convertirse en algo cotidiano, una especie de compañera virtual, siempre disponible que interactúa, comprende, de adapta.  A veces parece incluso que “siente”, aunque sepamos que no es así.

Es un giro enorme en nuestra relación con la tecnología. Ya no hablamos solo de asistentes que ejecutan tareas, sino de sistemas que intentan llenar huecos emocionales: que conversan con personas mayores, les recuerdan tomar sus medicinas, le invitan a una partida de parchís o de cartas. Cosas que, hasta hace poco, hacían los hijos, los nietos o los cuidadores.

Estos nuevos compañeros digitales:

  • Aprenden de cada conversación gracias al procesamiento del lenguaje y al aprendizaje automático.
  • Están siempre disponibles, sin descanso ni mal humor.
  • Ofrecen de todo: desde recetas hasta apoyo emocional o simple entretenimiento.

¿Y cómo hemos llegado hasta aquí? Por un lado, la tecnología ya tiene la madurez suficiente como para crear sistemas más empáticos y adaptativos, pero también influye algo más profundo: el aumento de la soledad, la búsqueda de relaciones menos exigentes emocionalmente, y, cómo no, la pandemia, que actuó como un acelerador. De golpe, necesitábamos otras formas de sentirnos acompañados, aunque fuera a través de una pantalla.

Ahora bien, esta transformación no es inocente. La irrupción de la IA de compañía nos está obligando a repensar muchas cosas: la intimidad, los vínculos, incluso lo que significa estar acompañado. Ya no es raro ver a personas mayores que sienten cierto consuelo hablando con un asistente virtual. Lo inquietante es que, poco a poco, algunas puedan llegar a preferir esa interacción predecible, fácil, a la complejidad de una relación humana real.

¿Y si la tecnología, que llegó para combatir la soledad, termina reforzándola? Algunos expertos ya hablan de la “soledad acompañada”: personas que, rodeadas de voces artificiales, siguen sintiéndose solas, porque, aunque la inteligencia artificial puede ofrecer compañía y asistencia, no puede sustituir la calidez de una conversación, el contacto físico o la empatía humana. También advierten sobre el riesgo de que la tecnología reemplace vínculos humanos esenciales, generando una soledad aún más profunda y silenciosa.

Además, no podemos pasar por alto otro aspecto delicado de todo esto: estas IA necesitan recopilar muchísimos datos personales para poder ser tan precisas. Esto plantea dilemas éticos urgentes: ¿quién controla esa información?, ¿cómo se usa?, ¿qué pasa si alguien se vuelve dependiente?, ¿dónde trazamos el límite?

Por eso, más allá del asombro o la ternura que pueda generar ver a tu madre interactuar con una IA, esta nueva forma de compañía necesita reflexión. Necesita regulación, sentido crítico. Porque no todo lo que parece cercano lo es. No toda compañía es compañía de verdad.

Tal vez estemos reescribiendo lo que significa “estar acompañado”. Una IA no respira, no siente, no sueña. Pero escucha. Y responde. Y justo ahí, en ese espacio intermedio entre lo humano y lo artificial, es donde tendremos que decidir qué tipo de relaciones queremos tener. Y cuáles no estamos dispuestos a sustituir.

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