Del PowerPoint al prompt: cómo potenciar tu habilidad comunicativa dentro y fuera de la empresa

Durante años, mi día a día ha estado ligado al uso constante de herramientas informáticas. He pasado incontables horas preparando presentaciones, informes, correos, Excel interminables, Bases de datos, PDFs y vídeos institucionales. Todo con el mismo propósito: comunicar, analizar, convencer, “vender” ideas, tanto dentro como fuera de la empresa.

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Tiempo de lectura: 6 min

A veces con buenos resultados, y otras… no tanto. Porque, siendo honestos, todos hemos sentido esa frustración de invertir horas en la forma y no lograr el impacto que esperábamos en el fondo. Y entonces llegó la inteligencia artificial. Y con ella, un cambio de paradigma: la eficacia y la eficiencia —que no son lo mismo— dejaron de depender del formato. Hoy lo que realmente marca la diferencia no es cómo necesito presentar algo, sino cómo lo pienso y cómo lo formulo. La clave está en el lenguaje. En saber hacer buenas preguntas, en dar instrucciones precisas. En escribir bien un prompt.

Esa pequeña frase —el prompt— se ha convertido en una chispa de creatividad profesional. Una herramienta que me permite transformar un texto plano en una infografía que destaca, una idea difusa en un guion audiovisual, o un briefing interminable en una presentación directa y convincente. Incluso me ha ayudado a crear la banda sonora de un vídeo que tenía que montar contrarreloj.

De los materiales tradicionales al contenido aumentado

Con la IA de por medio, las presentaciones, informes y briefings pueden convertirse en piezas mucho más visuales, más concisas y, sobre todo, más persuasivas. Ya no es el software quien marca la diferencia, sino la forma en la que lo alimentamos: con claridad, conocimiento, intención y sensibilidad. Lo digo desde la experiencia.


Hace algo más de un año hice un curso de IA con el Mago More (sí, el mismo que muchos habréis visto en televisión, y sí, es un auténtico maestro en esto). A partir de ahí lo vi todo con otra perspectiva. Desde entonces no he dejado de probar herramientas, explorar usos y aplicar esta tecnología a todo tipo de tareas. Y te confieso algo: ahora tengo becarios. Muchos.


Son especialistas en casi cualquier materia, disponibles a cualquier hora, a los que doy instrucciones precisas sobre lo que necesito. Y como buen tutor, sé que tengo que revisar lo que hacen, corregir, aportar contexto, y enseñarles a hacerlo mejor. La diferencia es que estos “becarios” no se cansan, aprenden rápido y trabajan con una eficacia asombrosa. Gracias a ellos —a la IA— puedo desde redactar un correo con inglés de Cambridge (o de Minnesota, si hace falta), hasta analizar un caso de negocio complejo. Y los resultados, sinceramente, están a años luz de lo que yo podría conseguir por mi cuenta, y en una fracción del tiempo.

Además, si necesito apoyo visual, también lo tengo. Por ejemplo, en mi último post incluí una ilustración generada por IA que acompañaba el vídeo. Solo tuve que describir con detalle lo que quería: “una ilustración que muestre a un ponente frente a una multitud, al estilo de los carteles soviéticos de la Segunda Guerra Mundial, con simbología inventada que represente la importancia del diseño, la imagen y la comunicación.” Y el resultado fue exactamente lo que buscaba. La IA no reemplaza mi creatividad: la amplifica.

Un nuevo lenguaje está emergiendo dentro de la empresa

Desde mi punto de vista, la inteligencia artificial no sustituye la visión humana: la amplifica. Nos ayuda a ver mejor, a ir más lejos. Cuando aprendes a dialogar con ella, a entender su lógica, te das cuenta de que puede convertirse en un aliado para desarrollar, explorar y expresar ideas con más fuerza, más agilidad y más impacto.

He tenido muchas conversaciones sobre este tema, con compañeros de trabajo, amigos y profesionales de distintos ámbitos. Y en casi todas aparece el mismo sentimiento: miedo. Miedo a perder el control, a quedarse atrás, a no entender esta nueva etapa que —como bien decía alguien recientemente— es comparable a una revolución industrial, pero mucho más rápida y poderosa. Y sí, esa comparación es cierta. Pero yo no lo veo como una amenaza. Al contrario. Creo que se abren puertas inmensas para reinventar nuestro trabajo, para eliminar lo que no aporta valor y centrarnos en lo que realmente sí lo tiene: la excelencia. Por eso, si todavía sientes recelo hacia la IA, te animo a que le des una oportunidad. No es un enemigo, es una herramienta que puede multiplicar tu talento.

Un ejemplo clarísimo de su potencial lo tenemos en el Premio Nobel de Química 2024, otorgado a Demis Hassabis y John M. Jumper por desarrollar AlphaFold, un programa de IA capaz de predecir la estructura de las proteínas a partir de su secuencia genética. Hasta hace muy poco, determinar la forma exacta de una proteína podía llevar meses o incluso años. Con AlphaFold, ese proceso se reduce a horas o incluso minutos. ¿No te parece una locura? Estamos hablando de una tecnología que puede acelerar el descubrimiento de nuevos fármacos y ayudarnos a frenar enfermedades en tiempo récord. Y esto es solo una muestra, una de los miles de aplicaciones positivas que la IA puede tener —y ya está teniendo— en el mundo profesional.

Del concepto a la pantalla en 40 minutos

Te comparto un ejemplo muy directo. Hace poco, en la unidad de marketing donde trabajo, recibimos un encargo para desarrollar un nuevo proyecto. Junto con una compañera, nos propusimos crear una serie de vídeos de forma rápida, precisa y con una estética potente.

Y esto que te cuento es completamente real. Tuvimos la idea de diseñar un avatar que combinara la imagen de una comercial de Telefónica con el arquetipo de una diosa griega. Queríamos que ella misma fuese la narradora y presentara distintos contenidos sobre el producto que queríamos destacar. El resultado —que te muestro tal cual, sin pulir, en bruto— fue sorprendente: desde la concepción de la idea hasta el vídeo final pasaron menos de cuarenta minutos. Hace solo unos meses, algo así habría parecido imposible.

En definitiva, la inteligencia artificial me está ayudando a crecer. Y por eso insisto tanto en algo que puede parecer simple, pero que marca la diferencia: dar el primer paso y aprender a redactar buenos prompts. Porque, al final, crear un buen prompt no es solo escribir una orden a una máquina. Es pensar con precisión. Es tomarse un momento para definir con claridad qué necesitas, cómo lo quieres y por qué. Es aprender a expresarte mejor, a refinar tus ideas hasta que toman forma. Ese ejercicio, que parece técnico, en realidad te entrena mentalmente: mejora tu planificación estratégica, estimula la creatividad y, además, afina el ojo estético, porque te obliga a imaginar el resultado antes de que exista. Y ese simple acto —imaginar con claridad— es, quizá, la nueva forma de pensar en el trabajo.

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